"Entre el mundo y las Estrellas"

Sean bienvenidos a mi blog. El día de hoy les traigo un cuento que escribí anteriormente para dos concursos.

Entre el Mundo y las Estrellas
 

Debo ser sincero, no estaba seguro de cómo comenzar esta historia. He pasado muchos, demasiados años postergando la llegada de este momento, replanteándome una y otra vez la manera de lograrlo. No me malinterpreten, sé cómo hacerlo, desde que tengo memoria he amado relatarlas. La verdadera razón es un poco más compleja, pues verán, estas han sido siempre ajenas, jamás sobre mí, mi propia historia, mi propia vida, mi propio dolor. Aun así, merece ser contada, se lo debo a mis fantasmas, se lo debo a él, sobre todo a él, mi gran y viejo amigo. No puedo permitir que su recuerdo quede en el olvido, yo no podría perdonármelo.
Como expliqué al principio, no sabía cómo empezar mi propio relato. Sin embargo, gracias al apoyo de mis más cercanos, y media botella de licor, he encontrado el valor que necesitaba. Pero, primero y principal hay algo que deben tener claro, en la presente historia yo soy el malo. Sí, yo, a mi terrible pesar fui uno de ellos.
También tuve el infortunio de nacer en un hogar donde mi familia a duras penas reconocía mi existencia y que para ellos una forma de expresarme su cariño era ignorando mi presencia, todo con el pretexto de “Te servirá para convertirte en un hombre hecho y derecho”. Pero llegó el esperado día, el que hizo que todo su absurdo trato conmigo terminara, yo había sido reclutado para servir a nuestro gran imperio. Ese día finalmente, luego de tantos años, descubrieron que tenían un hijo.
En ese momento me sentí orgulloso, hoy sólo siento vergüenza, por haber sido quien era, por tener la apariencia que tengo (por suerte la misma se ha ido deteriorando por el tiempo y la culpa) y principalmente por haber sido tan ingenuo. Me creí como un pobre iluso cada una de sus palabras, las cuales parecían de ensueño, pero que no eran más que una oda a la masacre. Cada día parecía perder una parte de mi humanidad, causando a muchos un daño irreparable, tan irreparable como el de mi consciencia.
Y esta es mi parte favorita, en la cual todo cambia para bien. Apareció lo que me salvó de convertirme en alguien irreconocible, sin identidad. Me ayudó a transformarme en el hombre que soy ahora y del cual me siento un poco más orgulloso. Esa mañana aún la recuerdo perfectamente, había llegado al campo un nuevo grupo de futuros esclavos, algunos jóvenes, otros adultos, de diferente tez y creencias, pero todos con la misma expresión de terror en el rostro. Entre ellos estaba él, la excepción, que a pesar de estar igual de asustado que el resto, en sus ojos aún brillaba la esperanza. Hasta el día de hoy sigo lamentando haberle empujado con tanta brusquedad, cuando me dirigió la palabra por primera vez, después de todo él tenía razón, yo era ese tipo de monstruo.
Cada día le escuchaba tratando de animar a sus compañeros, contagiarles de su esperanza y dándoles falsas esperanzas de que las cosas mejorarían al final. Pero con el tiempo esa inagotable fuente de esperanzas parecía mermar, ver como ellos se iban para más nunca volver le desgastaba de a poco ese brillo en los ojos. Y yo para mi sorpresa, por primera vez en mucho tiempo, sentí lo que llamaban lástima, un sentimiento al que creí muerto junto con mi inocencia.
A pesar de eso, él seguía fiel a sus ideales. Todo lo que decía era tan crudo y sincero que hasta yo empecé a creérmelo. Me hizo pensar que quizás las cosas no eran tan perfectas como las pintaban mis superiores. También observé con mis propios ojos, los cuales parecían despertar de su letargo, cómo estos seres a los que mis compañeros y yo llamábamos “inferiores” eran mucho más humanos que todos nosotros. 
Una noche, que ciegamente creí igual a las demás, me encontraba haciendo guardia en el sitio que se me había asignado. Todo parecía normal, pero un extraño presentimiento me acechaba y parecía intensificarse con el paso de los minutos, sabía que algo casi imposible sucedería. No me equivocaba, pasada una hora exacta, las alertas sonaron por todo el campo. Un importante grupo de prisioneros había levantado una revuelta. Una parte clave del sitio comenzó a arder en llamas, vivas y rojas, pero no tan rojas como los charcos de sangre de quienes fracasaban en la fuga. Lograron abrir un agujero en la cerca de alambres y estaban escapando, aferrándose a la esperanza de poder volver a sentir en la piel la libertad que una vez habían perdido. Yo quise unirme a mis compañeros en la caza, no podíamos permitir que fueran libres, pero aun así, sabiendo mi deber, mi mente se negó a colaborar en la injusta labor.
Y la extraña forma en que obra el destino hizo que me encontrara con él. Me miró, su mirada imploraba piedad, pero de sus labios no salió ni una sola sílaba, sabía lo que le esperaba y el precio que pagaría por lo que había hecho, pero por su expresión dejó en claro que jamás se hubiera esperado lo que hice a continuación. Lo tomé con fuerza de un brazo y le arrastré en medio de todo el caos, hacia la salida intentando aparentar que sabía lo que hacía.
Corrimos sin detenernos, sin mirar atrás ni una sola vez, porque después de todo, ambos no teníamos nada que echar de menos. Cuando al fin nos detuvimos, la falta de aire no nos permitió decirnos lo que fuera que pasara por nuestras cabezas, sólo nos mirábamos, sin sacarnos los ojos de encima y dudando cuál de los dos atacaría antes. Aun así, no sucedió, nos quedamos ahí, mirándonos, en mitad del oscuro bosque junto a todos los peligros de la naturaleza, pero no teníamos miedo, ya conocíamos la naturaleza del hombre, la cual en comparación era mucho peor.
Al principio fue difícil acostumbrarnos a la presencia del otro, éramos tan distintos e iguales al mismo tiempo que dolía. Pero un día, la necesidad de apaciguar la soledad nos obligó a interactuar. Recuerdo que me contó sobre su vida, casi tan infeliz como la mía, padres que no sabían lo que significaba la palabra Amor, sólo con la diferencia de que el destino fue cruel al hacerlo diferente al resto, y eso le había costado caro. Sin embargo, en ese preciso instante nos convertimos en iguales ante los ojos del otro.
Con el transcurso del tiempo me enteré de que él había dirigido el levantamiento, no se arrepentía de ello, no podía culparlo, había salvado muchas vidas, e incluso, de algún modo, la mía. También supe que mi amigo era un soñador, y yo le admiraba por eso, porque en un mundo como el nuestro soñar era un desafío. Decía que quería conocer sobre las estrellas, según él, era una de las razones por la que seguía teniendo fe, porque si existía algo tan bonito en un lugar tan cruel todo podía ser posible. Yo en cambio no deseaba nada, miento, sí quería una cosa, algo tan simple como la oportunidad de poder vivir un día más.
Lamento decepcionarlos, pero mi historia no tiene un final feliz. A pesar de que siempre nos manteníamos juntos a donde sea que fuéramos, un día, mientras corríamos por las calles de la ciudad, escapando de una persecución, decidió que debíamos tomar caminos distintos. Yo sabía que era una mala idea, pero accedí a su insistencia y le dejé seguir solo. Mis presentimientos nunca fallaban y esa tarde no fue la excepción. Nos encontramos en el lugar que habíamos acordado, un claro en mitad del bosque. Lo primero que hizo al verme fue abrazarme, y acercándose a mi oído susurró las palabras que tanto temía escuchar “Lo arruiné”. Con horror sentí cómo el peso de mi querido amigo cedía y mi ropa se empapaba con su sangre. Ellos, aquellos que una vez llamé compañeros y por los que juré dar mi vida, al verlo no habían dudado ni un segundo en dar la señal de “fuego”. Le dije que los haría pagar, y él respondió que no sería capaz, porque sabía que después de todo, yo ya no era ese tipo de monstruo. Me senté en el césped teñido de rojo, sosteniéndolo en mis brazos, haciéndole promesas, desesperadas pero que sabía que cumpliría, hasta que finalmente exhaló su último suspiro. Y así vi, con el alma hecha trizas, como el brillo de su espíritu abandonaba sus ojos para ir a un lugar mejor. Rompí en llanto. A mi pesar no recuerdo sus últimas palabras, pero su sonrisa no se borró y eso es algo que recuerdo hasta el día de hoy.
Sé que le di un entierro lo más digno posible, pero lo que pasó a continuación abandonó mi memoria por completo. Por lo que me contaron luego unas personas de buen corazón, ellos me habían hallado deambulando por el mismo bosque, con la mirada perdida, la ropa manchada de sangre y el corazón roto.
Así es como finalizo esta historia, siento que he pagado mi última deuda con el mundo. Pasé mi adultez cumpliendo cada una de las promesas que le hice a Blaz y los años ya me están pasando factura. Presiento que a mi reloj de arena no le queda mucho para vaciarse. Sólo espero que, cuando el momento llegue, el destino tenga la misericordia de dejarme reunir con el firmamento. Y que él, mi muy estimado amigo, me guíe por el camino, tal cual lo hacía cuando ambos nos adentrábamos en la espesura de los bosques, mientras yo le cuento todo lo que aprendí de las estrellas. 
Texto extraído del libro “Entre el Mundo y las Estrellas” escrito por Edwin Müller, conocido astrónomo alemán por sus aportes a la ciencia astronómica. Publicado en 20XX.

 Espero que les haya gustado. See ya~

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